2 - Poco conveniente

              Asami cerró la puerta por fuera con llave a regañadientes como dictaminaban las normas no escritas de la casa. Japón es uno de los países con menos robo y violencia callejera del mundo y aún así se seguían tomando precauciones como aquella. Exageradas a su parecer. Revisó si no había olvidado la cartera en su pequeño bolso marrón y comenzó a caminar hacia el calor húmedo de agosto que apretaba incluso a las once de la noche.
No es difícil encontrar helado, o casi cualquier otra cosa, a esas horas gracias a los ya mundialmente conocidos "Convenience Stores" o "konbini" cómo allí les llaman, los cuales ofrecen placeres varios en diversas formas y envoltorios, las veinticuatro horas de los siete días de todas las semanas durante todo el año.
Para llegar hasta la avenida Asami no tenía que caminar demasiado, su casa se encontraba solo una calle hacia el interior, en dirección a las callejuelas residenciales. La zona donde se alojaban resultó ser de lo mas "conveniente", con hasta 6 diferentes tipos de konbinis repartidos cerca de la casa, supermercados, tiendas pequeñas de toda clase y con una estación de metro a tan solo cinco minutos andando. De hecho, caminando, se encontraban a tan solo cuarenta minutos del centro de Shinjuku, a tan solo dos paradas de metro en caso de que no desearan ir a pie y hasta que no consiguieran una bicicleta.
Anduvo dos calles más hasta el konbini preferido de ambos, el que disponía de muchos tipos de helados, los bollos rellenos de crema que tanto le gustaban a Ivan, y donde se encontraba la impresora/fotocopiadora más fácil y cómoda de usar que habían encontrado hasta el momento en los alrededores.
Como de costumbre, los empleados parecían cansados y poco contentos de recibirla pero no olvidaron darle la bienvenida copiosamente como al resto de clientes al oír la puerta automática arrastrarse. A todas horas sin excepción se podía observar a una o varias personas leyendo las revistas semanales, cada cual con una portada más sexualmente provocativa que la otra, y a personajes de lo más variopintos observando la tienda de arriba abajo, pensando en qué gastar su dinero. Ivan siempre le comentaba lo interesante que le resultaba ir a los konbinis a las cuatro de la mañana, ya que los clientes que acudían a esas horas solían ser dignos de observación, al igual que él mismo evidentemente.
Tardo un instante en elegir entre el cucurucho de fresa, crema o té verde y cogió dos de cada uno. Pensó para sí misma que por ser solo esta vez no haría daño tanto helado y se dio cuenta de las ganas que tenia de celebrar. No había nada muy importante que celebrar, pero ella era feliz, celebrar la felicidad es algo que más de uno debería de hacer.
Pagó con el dinero exacto los mil ocho yens  Que equivalen aproximadamente a diez euros.  pensó para si. Ivan siempre hace el cambio aproximado de moneda cuando ve un precio, no tanto por que le cuesten los números sino para sentirse un poco más cerca de su anterior hogar y ella ahora tenía la misma costumbre a modo de ritual.
La puerta automática se abrió, los dependientes se despidieron de ella y la invitaron a regresar pronto y entonces ocurrió.

Lo primero que perturbó su calma e hizo que detuviera su marcha en seco fueron los gritos de un hombre que cruzó su visión muy velozmente en bicicleta desde la derecha, por la carretera, y que se desvaneció en la distancia al poco tiempo.
- ¡Está loca!¡Socorro! - pudo alcanzar a oír entre los chillidos.
Al dirigir su vista nuevamente al frente una mujer que parecía haberse materializado de la nada se encontraba de pie en medio de la carretera observandola con un rostro deformado por la rabia o posiblemente el miedo, , que podía verse por entre su largos y castaño cabello enmarañado. Su postura no era relajada, parecía como si hubiera detenido su carrera a mitad camino y permaneciera rígida en su última posición muscular, torciendo su torso por la cintura levemente hacia la izquierda, las piernas flexionadas y sus brazos en alto. La bolsa con helados que Asami sujetaba en las manos cayo al suelo.

Ese momento pareció alargarse durante varios minutos pero fueron solo unos pocos segundos.

Antes de que pudiera reaccionar siquiera la extraña figura corrió hacia ella, dispuesta a abandonar la avenida principal. A continuación Asami distinguió el chorro de sangre que se esparció por los aires junto con pequeños trozos de pintura azul platino y el ensordecedor ruido de los cristales y metales rompiéndose y abollándose del coche que acababa de atropellarla, seguido del silbido de la goma de las ruedas quemando el asfalto debido al consecuente frenazo.

A los pocos segundos todos los curiosos provenientes del konbini y otras tiendas y restaurantes cercanos acudieron al espectáculo y al minuto cinco policías de la jefatura más cercana, a tan solo unas cinco calles de distancia por esa misma avenida, acudieron corriendo para socorrer a la victima y calmar al conductor, el cual gritaba desesperado y con culpabilidad por el terrible accidente.
Al rato llegó la ambulancia, avisada por los agentes. En esas ocasiones pocas personas reaccionan de forma pragmática y eficaz, todos suelen dejar a las emociones tomar el control, exactamente como le estaba ocurriendo a ella, y éstas no son buenas resolviendo problemas que requieren precisión y velocidad. En lugar de hacer nada, simplemente permaneció de pie, acompañando la bolsa de helados en el suelo, con la boca ligeramente abierta por el asombro y los músculos aún temblando rígidos por el susto.

La ambulancia desplegó su camilla y aparcó delante de la victima para que los espectadores no tuvieran oportunidad de inmortalizar el momento con algún teléfono móvil o Smart Phone que estaban muy de moda entre los reporteros espontáneos y morbosos.
Pero algo salió mal. Ni la ambulancia ni las medidas tomadas por los socorristas pudieron evitar que todos vieran como la muchacha, bañada en sangre, con varios miembros fracturados y la cabeza dislocada, se desplazara caminando con lentitud y dificultad alejándose de la ambulancia para ser luego detenida por los policías y médicos que le exigían, atónitos por lo que estaba presenciando, que no se moviera para no empeorar su heridas.
-¡Señora, ha tenido un accidente muy grave, no se mueva!- gritaba un médico corriendo hacia ella con una manta blanca
- Es increíble, con esas lesiones... no lo entiendo - comentaban los conductores de la ambulancia que no salían de su asombro.

Asami no recuerda en qué momento abandonó aquella escena dantesca. Únicamente recordaba haber entrar en la casa con rapidez despues de cerrar la puerta con llave y pestillo.

Esta vez no lo había hecho a regañadientes sino a consciencia.



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